domingo, 29 de diciembre de 2013

Mercurita la aprendiz de hada: Introducción



En este blog podrás leer mi obra "Mercurita la aprendiz de hada". Si prefieres leerla en papel o descargarla en libro electrónico, ve a la sección de librería.

En el blog principal podrás conocer más cosas sobre el hada Mercurita. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso específico del autor.

En este blog estoy poniendo gráficos, sacados en su mayor parte, del juego "Los Sims 2", y según la dificultad para editarlos, los coloco cuando puedo. También está el inconveniente de que no puedo poner tantos personajes como quisiera, pues el juego tiene sus limitaciones, y pueden llegar a parecerse demasiado.

Al estar prohibido el uso de dichas imágenes para usos comerciales no pueden estar expuestas en la versión de libros en papel o descarga, por lo que, obviamente, las pongo solo en el blog, que es donde tengo la versión gratuita de mi obra.   

Saludos a todos, y gracias por vuestra visita. 


jueves, 12 de diciembre de 2013

Ganador del premio Liebster

Me enorgullece decir que he ganado el premio Liebster otorgado por Candy-Candy



Pongo el acceso a su blog: lhttp://candy-canddy.blogspot.com.es/
Ha sido una gran alegría inesperada y toda una sorpresa que se le agradece mucho.

¿De qué se trata?
Es un premio en cadena, para impulsar y promocionar pequeños blogs que están empezando a ser buenos pero que la gente todavía no los ha visto. Una vez te conceden el premio, tú debes dárselo a otros blogs y responder a unas preguntas que te deja aquel que te ha concedido el premio.

Aquí dejo las reglas:-Nombrar y agradecer el premio a la persona que te lo concedió y estar suscrito.-Responder a las once preguntas de la persona que te concedió el premio.-Conceder el premio a once blogs distintos que te gusten, que estén empezando o que tengan menos de 200 seguidores.-Elaborar once preguntas para los blogs premiados.-Informar del premio a cada uno de los premiados.-Visitar los blogs que han sido premiados junto al tuyo.-No mandar el premio al blog que te lo concedió, para no romper la cadena.



Preguntas que debo contestar:
1. ¿Cuál es el "éxito" de tu blog? 

¿Exito? ;) Pero si es casi nuevecito.

2. ¿Lo tienes meramente por entretenimiento o con alguna finalidad?

Quiero publicitar mi libro "Mercurita la aprendiz de hada", lo más detalladamente posible.

3. ¿Cuántas veces a la semana publicas y a qué horas?

Casi siempre, de noche. Pero lo mismo me llevo un par de meses sin tocar el blog, que en un día lo lleno de artículos.

4. ¿El blog te ha generado alguna anécdota que quieras y puedas compartir?

Ninguna anécdota, que yo recuerde. Tal vez, que echo mucho tiempo editando las imágenes

5. ¿Cuál es tu post preferido?

En este blog no sabría decir, ya que se trata de la promoción de mi libro. Bueno, tal vez, los primeros capítulos, en los que la protagonista se prepara para una nueva experiencia.

6. ¿Cuál es tu red social preferida?

Facebook, pero participo poco.

7. ¿Has participado o participas escribiendo en otro blog?

Sí, tengo varios. Llevo blogeando desde septiembre del 2.004. Pero como ya he dicho antes, tengo temporadas en los que no toco el blog, y otras, no paro.

8. ¿Qué te gusta hacer en tus momentos off-line?

Me dedico a escribir/editar mis escritos. Pero últimamente, estoy intentando recuperar un hobbie que tenía un poco perdido; modelar figuritas con plastilina y pasta para modelar. Pero modelaré poco, pues mi casa es pequeña. 

9. ¿Podrías describir un momento idílico o tu cita ideal?

Un momento idílico sería cuando me siento en una silla del bar, y me como el chocolate con churros. Puede pareceros poco romántico, pero yo me siento en esos momentos, como el rey del mambo. Más aún, desde que el médico me dijera que tuviese mucho cuidado con la subida de la glucosa.

10. ¿Se sabe en tu entorno de la "vida real" que tienes este blog?

Saben que tengo otros, pero tras la curiosidad, perdieron el interés. Mis familiares no son muy blogeros.
11. ¿A quién te gustaría agradecer tu premio (fans, amigos, familia o alguien especial)?

A mi sobrinita. Mi libro sobre Mercurita iba a ser en un principio, un relato infantil dedicado a ella, que acabó por extenderse más de lo planeado.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Glosario

                                 Mapa de Tierra Yrena


Mapa de Tierra Yrena. Es ahí, donde tienen lugar los acontecimientos de la historia. Haz click en la imagen para verlo aumentado de tamaño.

                                             GLOSARIO

Las brujas de Wamian: Son muchas las leyendas y mentiras que se cuentan acerca de éstas temidas brujas. La historia comienza en el año 2.104. Wamian era profesora de una escuela de hadas de Lamokia. Ese era su último año laboral. Entre sus alumnas estaba una joven princesa, Denka. Al final del curso, le hicieron una sonora fiesta de despedida. La emocionada profesora vivía en Martana y propuso a sus alumnas que la acompañaran a su tierra, ya que tenía una edad muy avanzada, y los caminos eran inseguros. Muchas, aceptaron entusiasmadas, en lo que parecía que iba a ser, una feliz convivencia.

   Así que, en vez de llevarla en una barca voladora, hicieron una larga caminata para disfrutar de la amistad. El grupo, que inicialmente estaba compuesto por unas 80 alumnas y 22 alumnos, al cabo de una semana quedó reducido a 54 y 12, ya que los restantes, se fueron a sus casas. La mayoría de las que seguían acompañando a la vieja profesora eran alumnos conflictivos y pésimos estudiantes, que preferían disfrutar del verano por su cuenta, a quedarse en sus casas con sus familias. Por el camino hicieron amigos. El grupo aumentó hasta 75 y 33. La princesa Denka seguía con ellos. Pero su padre, el rey, debió adivinar lo que pronto sucedería, y mandó a diez caballeros a buscarla. La obligaron a regresar, pese a sus protestas y la oposición de la mayoría de sus compañeros. Fue Wamian la que la convenció para que regresara. Como estaban en el norte y hacía frío, pese a ser verano, muchos simpatizantes propusieron que dieran un rodeo hacia el caluroso sur. Hasta ese momento, eran vistos con simpatía y cariño por la gente que se cruzaba con ellos.

   Pero al llegar al norte de la calurosa Neuria, empezaron los problemas. Unos, culparon al calor, y otros, a la mala influencia de los simpatizantes, de lo que vino después. Los disciplinados hados y hadas, que hasta entonces se alimentaban de lo que les daba la naturaleza y dormían en el suelo, comenzaron a consumir bebidas alcohólicas y a portarse, licenciosamente. Pronto se hizo habitual a los incómodos vecinos, presenciar las orgías del grupo, que entonaban a toda voz, canciones obscenas, y no pocas veces bailaban ligeros de ropa o sin ésta, alrededor del fuego. Ya llevaban un mes y medio, fuera de la escuela de hadas. Wamian había tenido tiempo de sobra, de llegar a su casa. Pero ella, tampoco fue ajena al clima de indisciplina que reinaba. Parecía que los largos años que pasó a disposición del riguroso colegio, le habían creado un fuerte resentimiento. Se convirtieron en bandidos y vivieron del robo, engaño y prostitución. El grupo se dividió en tres partes. El principal, se quedó en Neuria. Otro fue a Darania, y el restante, a Varana. Los hastiados vecinos, los expulsaban con frecuencia, de sus tierras. Ya tenían una bien ganada mala reputación, dos meses más tarde.

   A sus delitos se sumó la mala suerte. Una epidemia se desató en Darania, y murieron muchos animales de granja. No tardó la gente, en culparles de sus desgracias. Les acusaban de ser brujos, y de haber hecho eso, en venganza por haber sido expulsados. Wamian ya no quería regresar a su casa. Se había acostumbrado a vivir, dando órdenes, como si fuera la jefa de una banda de ladrones. A finales de octubre, su grupo de Neuria contaba con al menos, 274 seguidores. En su mayoría, eran mendigos, aventureros y desesperados. Por fortuna para ella, las autoridades no se decidían a tomar medidas por temor a un incidente diplomático con el reino de Lamokia. Un día, se precipitaron los acontecimientos. Hubo tres muertos, ya que en una de sus frecuentes represalias, el grupo de Neuria quemó una casa, sin tener en cuenta que había tres hombres dentro, que habían celebrado el cumpleaños de uno de ellos, y estaban borrachos como cubas, durmiendo la mona, tirados en el suelo. No se enteraron de la presencia de los intrusos en el exterior, pese al ruido que armaron para no quemar a nadie por error. Al ver que los moradores no salían, pensaron que no había nadie, y prendieron fuego a la casa.

   Más tarde, los vecinos, llenos de horror, encontrarían los cadáveres calcinados y abundantes botellas de alcohol. Un muchacho sorprendió a su padre, en compañía de una de las brujas en el pajar, y se puso a insultarlos. La enfadada mujer sacó un puñal, y lo hirió. Lo habría matado, si no fuera porque el padre, la sujetó del brazo. Otros miembros del grupo, llenos de rencor, por haber sido expulsados de una casa deshabitada, prendieron fuego a un granero, al saber que su propietario fue el que llamó a los guardias de la ciudad para que los echaran. En Darania, pese a no depender directamente de Wamian; la banda, tras coger una gran borrachera, robó un carro y varios caballos. Sus jinetes se pasearon, desnudos, a todo galope por el campo, a la vista de los vecinos. Luego, soltaron a los caballos, y quemaron el vehículo. Las quejas eran abundantes. Pero fue la muerte de los tres amigos, la gota que colmó el vaso de la paciencia de las autoridades.

   Necesitaron reclutar a tres compañías de brujos mercenarios, y un ejército de 400 soldados para combatirlos. Pero sorprendentemente, fueron reducidos con facilidad. El abundante consumo de alcohol hizo grandes estragos entre ellos. Con frecuencia, se encontraban borrachos cuando se topaban con sus perseguidores. El grupo fue desarticulado. Sus miembros, acusados de brujería, robo, estafa y sectarismo, entre otras cosas. Las penas fueron diversas, pero las más duras cayeron para los estudiantes de la magia. Solo quedaban 32 brujas y 3 brujos, del grupo inicial. Los demás, estaban en paradero desconocido o regresaron a sus casas cuando tomaron conciencia de que la situación se les estaba escapando de las manos. Los 35 fueron condenados a muerte, incluyendo a Wamian.

   La princesa Denka negoció en secreto para la liberación de sus compañeros. Pero por más que lo intentó, solo pudo lograr la libertad para ocho brujas, sobornando en secreto, al corrupto rey de Darania. El barón de Neuria se mostró, totalmente, insobornable; lo mismo que el conde de Varana. Ambos, argumentaron que no podían hacer otra cosa, que ejecutar a los condenados. Sus delitos eran muchos y los supersticiosos ciudadanos no admitirían el perdón de tan dañinos delincuentes, cuyas ejecuciones esperaban con impaciencia. Cinco meses había durado la aventura, que tan mal recuerdo dejó en Neuria y Varana, y en menor grado, en las oscuras ciudades y villas de Darania, cuyos habitantes eran menos supersticiosos que en las dos regiones anteriores. Denka quedó, profundamente impresionada, al ver llegar a las ocho brujas, llenas de heridas, causadas por la tortura. Sobre todo, le horrorizó ver a su vieja amiga “Saira”, con los labios hinchados y la mirada perdida. Esta, moriría a los pocos meses, a causa de una enfermedad contraída en la prisión, durante el breve periodo que estuvo en la cárcel de Darania. Las demás, fueron acogidas en su residencia de verano de Fasat. Denka se hizo cargo, en secreto, de su manutención.

   Cuando accedió al trono, creó una organización llamada “Las brujas de Wamian” en recuerdo de su vieja profesora. A sus miembros, las hizo pintarse con sombra de ojos, de color negro, y los labios de violeta oscuro en recuerdo al aspecto que tenía la infeliz Saira, al morir. Esas brujas son alumnas conflictivas con capacidades mágicas, escogidas en secreto por sus delegados de confianza. Trabajan para la reina, y son las que le hacen sus trabajos sucios. Las brujas llevan un vestido marrón, con filos y adornos de color crudo, debido a la asociación de esos colores con la miseria. Es una simbólica forma de resaltar que siembran la ruina, por donde quiera que pasen. Las aspirantes llevan el vestido, solo de color marrón, sin los adornos en crudo.

   El medallón del cráneo de ojos rojos con los cuernos que llevan, está inspirado en un dibujo que hacía uno de los miembros del grupo inicial, que pintaba muy bien en las casas abandonadas y en los sitios que podía hacerlo. De las ocho brujas, solo quedan tres, muy ancianas. Cada 17 de noviembre se reúnen todas y celebran junto con los miembros del grupo, el aniversario de la llegada a palacio de las brujas liberadas. Denka también participa, cada vez que puede. Todas danzan alrededor de una hoguera, y saltan por encima de las llamas. Pero la reina y sus tres compañeras, al tener demasiada edad, lo hacen encima de un leño encendido. Luego, las abrazan y son felicitadas. Ese día, también se celebra la ceremonia de admisión de las nuevas brujas. Ellas son las únicas fuera de la corte, que pueden hablar en confianza con la reina. Incluso les está permitido no compartir las mismas ideas que ésta, para conservar el espíritu liberal que existía en el grupo. Eso no evita que si Denka llegara a pedirles el cumplimiento de una misión, deberán hacerla, tanto si quieren, como si no. También contrata a magos mercenarios y dragones para que las ayudan en las tareas difíciles. La residencia de verano de Fasat “Los Cinco Anillos” ha dejado de serlo para convertirse en un cuartel y residencia para las brujas y sus auxiliares.

El imperio del norte: Es una sombra de lo que fue. A la muerte, en el 2.103 de su emperador, Otrak III, los gobernadores se sublevaron e independizaron del poder central, en Neiran. Algunos, llegaron a luchar entre ellos o a proclamarse reyes de alguna región. Orian, Martana, Enebran, las Islas de los Piratas Neuria y Lamokia, formaban parte de ese imperio. Al caos formado por los militares rebeldes, hay que sumar los hijos ilegítimos de Otrak III, que se unen al bando que les conviene para recuperar el trono. A pesar de todo, en Neiran no renuncian a recuperar el esplendor perdido. Su emperador, Otrak IV, no es muy optimista al respecto, pero no por ello, deja de intentarlo.

Los elegidos: Cuando el ejército del imperio que gobernaba en Orian se sublevó; su líder que era un administrador de armas y vituallas del ejército no era noble ni de sangre imperial. Fue aconsejado por sus fieles de que no usara el título de “rey” como pretendía hacerlo, ya que le ocasionaría problemas con algunos de sus aliados. Por ello, escogió el título de “elegido”. Tras fallecer, sus sucesores hicieron lo mismo, tanto si eran nobles, como si no. Desde entonces, en muchas regiones de Tierra Yrena, sobre todo en territorio imperial, llamar a una persona “elegido” es como llamarle “don Nadie”.

Lamokia: Esta región es la más pacífica, de las que constituían el Imperio del Norte. Su reina ha firmado un tratado de neutralidad con ellos, pero no se fía, ya que Lamokia es muy próspera, gracias a la agricultura y al comercio, lo que ocasiona problemas con los mercaderes del Imperio. Entre sus ejércitos, destacan las hadas y hados, a los que promocionan para defenderse de futuras agresiones. No sucede lo mismo con el Imperio, que subestima las capacidades guerreras de sus hadas y hados, a los que destinan a poco más, que funciones de enfermeros y espías.

Neuria: Esta modesta región del sur tiene el gran inconveniente de su proximidad con la región de Palinea en la que habitan las tribus loitinas, que de vez en cuando, saquean las regiones fronterizas. Por suerte, dichos asaltos suelen ser breves, ya que si se alejan demasiado, sus enemigos pueden apoderarse de sus tierras. El gobernante de Neuria no siempre tiene dinero ni tropas suficientes para poner orden. El nombre de ésta región puede llegar a confundirse con “Neiran”, del norte. Eso se debe a que durante un corto tiempo, el emperador ocupó ese territorio perteneciente a Varana, y lo bautizó como “Nueva Neiran” o “Newrian”. De hecho, pretendió hacer ahí, su segunda capital imperial. Al perderla, conservó su nombre; pero sus pobladores cambiaron “Newrian” por “Neuria”. La capital de Neuria se llama también “Neuria” como la región.

Varana: Es una región próspera pero rodeada de peligros. De vez en cuando, tienen que soportar también a los loitinos, a los que rechazan con contundencia cuando llegan a tiempo. Por ello, semejantes bárbaros prefieren atacar Neuria. El conde de Varana ayuda siempre que puede a sus vecinos. La región inexplorada de Antea también inquieta al conde. Al principio, creyeron que la habitaban en su totalidad, los loitinos. Pero los prisioneros dicen que no es así. Un largo y desértico camino separa a Varana de Antea. Tras el cual, hay un espeso y oscuro bosque, que despierta toda clase de recelos. Algo parecido pasa con Mabranta, al este. Ambas regiones son temidas por los loitinos y los exploradores.

Región inexplorada de Antea: Se sabe muy poco de esa región, y no es muy alentador que digamos. La habitan unos seres altos, de estatura media de 1,90 metros. Tienen la piel grisácea. Años antes, eran llamados “demonios”. Algunos de esos misteriosos seres se relacionan con los habitantes y comercian con ellos. Pero son muy herméticos cuando les preguntan por sus tierras o costumbres. A ellos, les divierte que los confundan con demonios pero cada vez está más claro que no lo son. Al parecer, viven en las numerosas cuevas de su región. También aceptan luchar como mercenarios al servicio de las regiones civilizadas. También tienen guerras con sus tribus vecinas. Pero a pesar de todo, no existen noticias de que alguna vez hayan usado las armas para invadir otras regiones ajenas a su cultura.

Darania: Es una región muy conflictiva. Sus habitantes están encantados de servir como mercenarios en las guerras, pero curiosamente, son muy reacios a servir como soldados defendiendo su propia región. A ellos les gusta viajar, ganar dinero y vivir como les da la gana sin tener que dar cuenta de lo que hacen, a nadie. En cuestiones de guerras, les gusta luchar en campañas que no duren más de dos años. Por ello, aborrecen el servicio militar obligatorio y mal pagado al que les quiere someter su rey.
Darania fue el escenario de numerosas batallas, ya que es un lugar preferente para reclutar mercenarios y comprar armas. Eso inquieta al conde de Varana, que no pierde de vista la región por miedo a que la lucha se extienda a sus dominios. La propia Darania está cerca de las antiguas tierras del Imperio del Norte, por lo que no sería de extrañar que algún día, con la excusa de recuperar el antiguo esplendor, el emperador se apodere de la región. Tal vez por eso, el rey intenta llevarse bien con el imperio. Además de mercenarios, Darania fabrica armas y armaduras de todo tipo, que distribuyen a todas las regiones. No es de extrañar que dos bandos enfrentados usen el mismo tipo de cascos o armaduras. Probablemente, los hayan comprado a los mismos fabricantes en distintas regiones. En Neiran también fabrican armas y se dice que son de mejor calidad que las daranias. El emperador tiene prohibido a sus comerciantes, venderlas fuera de su imperio. Pero siempre hay quien las compra de contrabando. Otra cosa que inquieta a los daranios son los clérigos.

Los clérigos: Excepto en Darania y Martana, su influencia no es significativa. Ellos están en contra de muchas costumbres de Tierra Yrena, y piden con frecuencia a los gobernantes, que proclamen una “guerra santa”. Ellos son partidarios de unir a Tierra Yrena en una sola región fuerte, cuyos habitantes solo tengan acceso a una religión. Evidentemente, están en contra de la existencia de las hadas y hados, aunque no tanto de los brujos mercenarios, siempre y cuando, se limiten a ejercer acciones militares, y no se dediquen a promocionar creencias extrañas. Los clérigos también son sospechosos de apoyar a sectas extrañas, como los Dragones Rojos. No pocos, sospechan que tal organización, es el brazo armado de los fanáticos sacerdotes de Yrena, cuya religión alteraron en su propio provecho; razón por la cual, los habitantes dejaron de creer en ella, y se mostraron más interesados en el “Dios Unico”, en el que creían los mercenarios anteos, quienes sin pretenderlo, promocionaron su religión en las regiones donde fueron contratados.

Las Islas Revueltas:
Las habitan los dragones negros. Estos animales se distinguen de sus parientes, los dragones de bronce, en que son algo más pequeños. Sirven a los ejércitos del Imperio y sus regiones rebeldes. Hay mucha rivalidad entre los dragones de bronce y los negros. Los de bronce habitan en las calurosas montañas de Mabranta. De la alimentación de los dragones de guerra se encarga el imperio del norte, que tratan con mucho mimo a los dragones veteranos que hayan luchado con ellos. Los dragones negros no suelen aceptar eso. Con participar en un par de batallas, ya tienen suficiente. Luego, se van a las islas y se buscan la vida. Hubo un tiempo en que los humanos y los dragones se llevaban bien. Eso cambió para peor, y desde entonces, ya no habitan personas allí.

Orian: Esa región es llamada “La tierra de los espíritus”, debido a la gran cantidad de batallas que se libraron allí. Las ciudades de Orian están en su mayoría, poco habitadas. Tal y como dice la gente, es una región maldita con frecuentes apariciones fantasmales. Su terreno ha sido cubierto de sangre, miles de veces. Sus desdichados pobladores, con frecuencia tienen que soportar los abusos de los bandos enfrentados pese a que no quieren tener problemas con nadie. Pero su situación estratégica hace que sus llanuras y oscuros bosques sean los escenarios de las disputas entre los ejércitos de los bandos del norte.

Las islas de los piratas: Como su nombre indica, éstos ex súbditos del emperador se dedican a la piratería. Son libres, excepto cuando algún señor de la guerra los contrata para ayudarle en sus fines. Tienen que soportar las incómodas visitas de los dragones procedentes de las islas cercanas.

Las tribus loitinas: En el sur y oeste de Tierra Yrena hay muchas tribus, que de vez en cuando, atacan las ciudades fronterizas de las regiones civilizadas en busca de botín. Hay tarios, dembros, nubaros, loitinos, etc. Pero para abreviar se les llama “loitinos” en general, quizás porque fueron los primeros en llegar o porque son los que peor recuerdo dejaron.

Tierra Yrena: Es el nombre de la tierra donde suceden los acontecimientos. Es llamada así, en memoria de la antigua diosa, madre de la vida y protectora de sus creyentes. Por culpa de las sectas y fanáticos, su religión está en desuso en la mayoría de las ciudades. Pero queda el buen recuerdo de la diosa, a la que veneraron
en pinturas y estatuas de gran belleza.

Hechizos y embrujos: No se pueden lanzar tan a la ligera. Todos cuestan energía mágica a las hadas y magos. Digamos, que un hada novata quiere ahorrarse el pintado de una habitación, y lanza un hechizo para eso; bueno, pues al cabo de unos segundos, estará casi tan cansada, como si hubiera realizado dicho trabajo. Y si quiere pintar un edificio entero, no podrá hacerlo, porque es superior a sus fuerzas. Solo a base de experiencia y práctica, se consigue ser un hada veterana y lanzar los hechizos con el menor coste mágico posible. También puede ponerse de acuerdo con otra hada, para ahorrar energía mágica.

Duelos mágicos:
Cuando dos magos se enfrentan, al perdedor, se le cae la vara al suelo por falta de energía mágica o agotamiento moral. El ganador recupera parte de su energía y puede optar por quedarse con la vara de su rival e imponerle condiciones para dejarlo marchar.
La magia y las riquezas: Un hada puede hacer dinero, siempre y cuando, lo haga para ayudar a los demás. En algunas ocasiones puede hacerlo para consumo propio, solo si se ve obligada a ello. Pero si ama las riquezas, perderá sus poderes con rapidez. Cada día será más torpe y notará que le cuesta mucho trabajo lanzar hechizos sencillos. Un brujo, ni siquiera puede soñar con hacer dinero con la magia. Para no perder sus poderes, deberá aceptar con resignación ese inconveniente. En eso están mejor preparados que las hadas. Estas, cuando sienten el amor por el dinero, no tienen tanta disciplina moral como los brujos o brujas.

Los dragones: Los hay de color negro y de bronce. Los primeros son más pequeños que los otros. Pese a ser impresionantes, son bestias torpes que se asustan con el fuego y las tormentas. Son también reacios a las multitudes de personas. Pero eso no evita, algún que otro disgusto.
En cambio, un dragón de guerra bien entrenado, no solo no tiene los temores que sus primos los dragones salvajes, sino que incluso son capaces de hablar, si se les ha eneñado, previamente.
Una tremenda desgracia sería que un dragón entrenado, decidiera rebelarse y se escapara. Más de uno ha hecho eso, y se ha portado como un auténtico chantajista, exigiendo fuertes cantidades de comida, a cambio de no atacar la ciudad que tiene dominada. Cuidado con intentar envenenarlos. Ellos tienen buen olfato y podrían darse cuenta. Los dragones buenos, en cambio, son todo honor y muy serviciales. Curiosamente, los dragones negros son más inclinados a hacer el mal, que los de bronce. Quizás, porque éstos últimos son más queridos para ir a la guerra y les enseñan a sus hijos la disciplina militar y el honor que aprendieron de los humanos. Todos los ejércitos intentan contar con dragones en sus filas. Pero es el Imperio del Norte, el que tiene buenos entrenadores y saben de mejores tácticas de lucha con ellos. En los viejos tiempos, el Imperio disponía de excelentes veterinarios, que les curaban las heridas en combate. Un dragón que hubiera participado en alguna campaña, era bien recibido y se podía alojar en las
residencias de los dragones heridos y veteranos. Con la decadencia imperial, eso se acabó

Palos, bastones y varitas mágicas: Sirven para dirigir la magia de las hadas y brujos. Estos pueden dirigirla con sus dedos; pero no es aconsejable, por las molestias y calambres ocasionados, además del malgasto de energía. La excepción es la varita de viajero, que es un trozo de rama cargada de energía, y puede ser usada, brevemente, por una persona con desconocimiento de la magia. Los magos, hadas y brujas: Tanto las hadas y hados, como brujos y brujas; son magos. Pero las hadas usan la magia habitualmente para ayudar a los demás, y las brujas en su propio provecho.






Capítulos 16, 17, 18

                                                     Capítulo 16: Conflictos esperados




Un dragón vuela cerca de la colonia

   Para los que vivían en la colonia de Garklan no era ningún secreto la falta de voluntad de los neurios. Pero al barón le resultaba casi increíble. Estaba deseando que progresaran los trabajos de la colonia, para hacer una ciudad, y designar a las autoridades.
De momento, ordenó que las hadas dejaran de prestar ayuda en las labores del campo. Eso dio un respiro a Mercurita, que se puso triste al saber que dichos trabajos los realizarían los ciudadanos conflictivos, sin ayuda mágica, y a golpe de látigo. Al barón le interesaba la pronta construcción de una plaza mayor y un ayuntamiento. Las hadas y voluntarios realizarían tareas de albañilería, de acuerdo a sus facultades.
La directora le escribió, mostrándole su disconformidad, rogando que dejara las cosas como estaban. También le aconsejó, realizar un viaje y visitar la colonia para que los ciudadanos fueran conscientes de que se preocupaba por ellos.
El barón respondió negativamente a la primera petición, pero de modo afirmativo a la segunda. Emprendería el viaje, aunque no sabía cuándo.
Un día, Mercurita termina de bañarse y aprovecha para poner en orden sus escasas pertenencias. Al mirar en el interior de la mochila, descubre una bolsa en el fondo.
“¿Quién me mandaría traer esto? Ocupa sitio, y aquí me va a traer problemas. En fin, cosas mías”. Pensó.
Apenas suelta la bolsa, se oyen las campanas de la torre de vigilancia. La gente corre histérica, mientras se oye un grito:
—¡Alarma! ¡Un dragón!


Buscando alguna presa

Mercurita se asoma, incrédula. En efecto, hay un dragón negro, de aproximadamente, cinco metros de largo y once de envergadura, volando por encima del campamento. Está muy asustada, pero trata de no llorar.
Entonces, recobra su valor, y vuelve a mirar en el interior de la mochila para coger la bolsa, que hace escasos segundos que soltó.
La fiera está volando en la zona habitada por los neurios. Estos huyen a refugiarse en las poco resistentes chozas de paja y tiendas de campaña. A lo lejos, varios arqueros corren a toda prisa, a formar en combate en un desesperado intento de herirlo. La criatura ha acorralado a cuatro trabajadores que no tuvieron tiempo de salir de una zanja. Vuela en círculo, por encima de ellos, calculando la distancia para coger a alguno y comérselo.
De repente, una terrorífica detonación, suena en la espalda de la oscura bestia, seguida de un fuerte destello blanco. El dragón grita, asustado. Encima de él, vuela un hada. Es Mercurita, que ha cogido la bolsa de los kanguritos y le ha lanzado uno. No le hizo mucho daño, pero le ha dado un fuerte susto.


Mercurita intenta espantar al dragón

Al ver a la hadita, se siente desafiado, y va a por ella. La niña se eleva para evitar ser cogida. Nota un calorcillo en sus pies. Es el dragón, que le lanza fuego. Por suerte, está fuera de su alcance. Pero como no acelere, la atrapará.
Mercurita intenta no mirar atrás. Abajo ve, como los arqueros aguardan. No disparan por miedo a alcanzarla. Le hacen señas para que vaya hacia ellos ¿Están locos? La pequeña hada subestima el mortífero efecto de las flechas. Si fuera una de esas recientes armas de fuego de las que ha oído hablar, pero que aún no se usa con frecuencia en Neuria, sería otra cosa. Por lo tanto, se aleja, para rabia y frustración de los militares. Teiran quiere ir en su ayuda, pero las hadas la sujetan. Los arqueros gritan a toda voz:
—¡Aquí! ¡Tráelo, aquí!
Pero Mercurita se eleva. Confía en poder cansarlo y hacer que se vaya, sin crear daños. Para su infortunio, la presión es muy fuerte y pierde velocidad. Debajo de ella, el dragón aletea furioso pero no desiste. En un intento desesperado, le lanza otro kangurito, y falla. Desde abajo, ven con temor las maniobras evasivas de la pequeña hada. Sus aterradas compañeras piensan que no va a conseguir escapar.
Mercurita desciende en picado con las manos hacia atrás. El dragón la sigue. Teme que le arroje fuego, pero la bestia también está cansada y prefiere no hacerlo. Al ver a la fila de arqueros, se decide. Son por lo menos, diez. Eso puede ser suficiente como para espantarlo.
Está descendiendo muy deprisa. Si no frena, se estrellará. Levanta la mano y gira su cuerpo hacia arriba, unos 80 grados. Más abajo está el dragón, que se eleva para alcanzarla. Ella gira de nuevo y pasa por debajo de la bestia. Está muy nerviosa, como para lanzarle un hechizo ¡Qué lástima! Mientras tanto, Teiran aprovecha un descuido, y se suelta. Emprende el vuelo y le da el encuentro a Mercurita. Frente al hada, una lejana figura de color celeste turquesa se aproxima poco a poco a su encuentro. Detrás, una gran silueta negra con terroríficos ojos de color sangre y espeluznantes alas de murciélago, la mira con desafío.
—¡Dame la mano! Grita a la hadita.
Esta se la da, y sujetando a su amiga con fuerza, Teiran grita un conjuro:
—¡Aceleración!
Durante unos diez segundos, le sacan ventaja al oscuro perseguidor. Luego, vuelan normalmente. Desde tierra, el capitán comprueba que las hadas están fuera de tiro y ordena a sus arqueros que disparen, antes de que la bestia acelere.
Los cinco primeros lanzan las flechas y se agachan. Luego, cargan sus arcos. Los de atrás, lo hacen a continuación. A los lados, un par de filas de veinte lanceros cada una, aguardan sujetando con las dos manos sus lanzas por si al dragón se le ocurriera atacarlos.
Cuatro de las diez flechas lanzadas, atraviesan la dura piel de la fiera. Desde abajo, pueden ver como brotan unos puntos rojos de sangre, a causa de los impactos.
Los arqueros lanzan una segunda descarga. Esta vez, el dragón es alcanzado cinco veces. El cielo tiembla con sus alaridos.


Los arqueros intentan alcanzar al dragón

La negra mole de brillantes escamas, gira sin control, y se aleja, volando, cada vez más bajo.
—Está herido de muerte. Va en camino hacia el suelo. Dice el aliviado capitán.
Mercurita y Teiran aterrizan, cansadas, y llenas de sudor. La hadita teme que le reprochen su imprudencia. Pero es, todo lo contrario. Ambas son abrazadas por sus compañeras y tratadas como heroínas. El capitán tose, esbozando una sonrisita.
—Bravo por ellas, pero...¿Mis campeones no se merecen al menos, un aplauso? Dijo, señalando a los satisfechos soldados.
La gente abraza también a los militares. Tras las felicitaciones, el capitán autoriza que beban vino, a los arqueros participantes y los lanceros que los apoyaban. También los promociona para un ascenso. Luego, pregunta a Mercurita, por qué no se decidió a traer el dragón hacia sus hombres.
—No creía que las flechas hicieran tanto daño a un dragón.
—Hay varios tipos de arcos. Los de guerra son mejores que los de caza. Estos son más largos y disparan con más fuerza. Una flecha lanzada con éste arco, es capaz de atravesar a un hombre, vestido con una armadura pesada.
Mercurita reprochó a Teiran sus enseñanzas para despistar al dragón. A su entender, fallaban. Esta defendió su postura.
—No fallan. La que fallabas eras tú. Estabas muy nerviosa y te balanceabas de un lado a otro por culpa de los nervios. Y eso de levantar la mano, bruscamente, para impulsarte hacia arriba, es de lo más reprochable. Debiste mover las dos, pero poco a poco. Habrías ascendido más deprisa. Y cuando el dragón se estaba cansando, hiciste unos movimientos inadecuados para lanzarle un kangurito. Todos esos giros y movimientos extraños, te hicieron perder fuerza y velocidad. También perdiste tu oportunidad de lanzarle un hechizo, cuando pasó cerca. Si llega a ser un dragón de bronce, que es más grande y fuerte, no lo cuentas.
La directora confirmó las palabras de la delegada.
El barón fue informado del suceso, justo en plena reunión con el conde de Varana y varios delegados de otras regiones.
La noticia le fue comunicada en privado. Luego, regresó a la sala de reunión, e informó a los presentes de lo ocurrido. La congregación tenía lugar en el castillo de Murania, en los dominios del conde.
—Señores: Mi colonia acaba de ser atacada por un dragón negro, que afortunadamente no se cobró ninguna vida humana, aunque causó algunos destrozos. Me comprometí con la directora a visitarlos pero mis numerosos quehaceres han aplazado mi visita. Tras lo sucedido, creo que es imperdonable que me retrase, un solo segundo más. Espero que sepan disculparme. Otro día, seguiremos hablando.
El conde hizo una pregunta al viejo barón.
—Amaxo ¿Podemos acompañarle? Así, veremos en primera persona, el funcionamiento de la colonia y el mejor modo de ayudarle en su desarrollo.
—¡Por supuesto! Será un gran honor ¿Cuánto tardarán, en estar preparados?
—Yo, no me encuentro muy bien de la pierna, pero mandaré a mi hijo, en mi lugar. Su opinión es tan válida como si estuviera presente, yo mismo.
El barón, sonrió.
—Si el pequeño Raiso nos acompaña, entonces me sentiré bien protegido.
Este se echó a reír.
El “pequeño Raiso” tenía diecinueve años. Pero el barón Amaxo lo conoce desde que nació. Una gran amistad unía las regiones de Neuria y Varana. Ambas, tenían que soportar los saqueos de los loitinos y las incómodas visitas de los dragones. Las bestias solían atacar esas regiones, sobre todo, cuando el viento del sudeste era fuerte y los desviaban al volar. Cuando en una región necesitaban ayuda, la pedían a la otra. No pocos, decían que ambas deberían estar unidas en una sola, como antaño. En cuyo caso, pasarían al mando del conde, que tenía un rango superior al barón. A pesar de lo cual, Amaxo era muy querido y respetado en Varana. Este no tenía hijos. El único que tuvo, murió por enfermedad. Pero tenía un hermano y dos sobrinas, ambas, de corta edad. Cuando crecieran, una de ellas se casaría con Raiso, y las regiones quedarían unidas bajo una sola autoridad. Pero eso no sucedería antes de la muerte del barón. Amaxo quería seguir gobernando mientras tuviera fuerzas para hacerlo.
Al día siguiente, muy temprano, ya estaban listos para partir. El barón notó que Raiso llevaba unos extraños leotardos rojos.
—¿Vais a llevar eso, puesto? Dijo, señalando sus prendas.
—Sí, son muy cómodos para ir a caballo. Se usan mucho en las regiones del norte.
—Sin embargo, aquí en Neuria, en el sur, apenas se llevan.
Tened en cuenta que vuestra región, Varana, tiene más urbes que la mía. En Neuria abunda el terreno campestre y hace mucho calor ¿Estáis seguro, de que iréis, cómodo?
—Totalmente, barón. Gracias por vuestra atención, pero no os preocupéis por mí.
El día anterior llegó una carta a la escuela “El Roble Dorado”. Nada más entrar Fando; Herdo fue a darle el encuentro, y se la entregó.
—¡Así me gusta, Herdo! ¡Muchas gracias!
La carta había sido enviada por la madre de Casia, la directora. Su hija llevaba ausente varios días. Al parecer, había asistido a una reunión de altos cargos de las escuelas de Lamokia. Casia le dijo antes de marcharse, que si sucediera algo de importancia, sería Fando el responsable de las decisiones a tomar.
—Opino, que es mejor dejar a Mercurita, dando la lata a sus paisanos. Nosotros, ya la hemos aguantado bastante. Ahora les toca a ellos soportarla hasta septiembre. Dijo Fando, burlón.
En la colonia, Mercurita se encargaba junto a varias más, de transportar los cubos de agua para realizar las mezclas de los albañiles. Al ser una niña, no la dejaban usar la pala para removerla. De pronto, el oficial de guardia tocó un silbato. Era la llamada general. Cuando estuvieron todos, les dijo el capitán:
—Dejad lo que estáis haciendo, y escuchad: Hay fuertes rumores de que el barón, junto a varias personas importantes, entre las que podría estar el conde, se dirigen hacia aquí. Llegarán, probablemente, mañana. Eso quiere decir, que debéis estar limpios y aseados. Lo mismo digo, de vuestras ropas y uniformes.
Esa noticia inquietó a Mercurita. A ella le gustaba llamar la atención pero no a la gente importante. Su corta edad y su ropa de hada, distinta a la de las demás, la harían un blanco preferente de las inquisidoras miradas de los visitantes. Se lo dijo a Natasa, para ver si podía buscarle ese día un hueco en la cocina o en alguna otra parte, para no tener que estar presente en la revisión del personal. Pero ésta, se lo negó. Mercurita debería formar con las demás hadas, sí o sí. Ya había calado su inquieta personalidad.
—No se te ocurra ir al médico, que estoy viendo que eres capaz de “enfermar”.
—¿Y si me pusiera enferma, de verdad?
—Te amarraremos a un árbol, pero estarás con los demás.
Por la tarde, el campamento hervía de gente, que iba de un lado a otro, lavando la ropa y aseándose. Mercurita acabó pronto y ayudó a tender las prendas de las demás compañeras. El atardecer trajo mucha lluvia. Un repentino chaparrón cogió desprevenido al personal. No tuvieron más remedio que tender la ropa, en el interior de las grandes tiendas de campaña, que hacían la función de almacenes provisionales. Para evitar confusiones pusieron papelitos con los nombres de los propietarios, clavados con alfileres de coser.
Los soldados tienen trabajo. Hay fuertes sospechas de que un grupo de descontentos pretende boicotear la visita del barón. Se efectúan algunas detenciones. El capitán está inquieto. Tiene miedo de los que no dan la cara, ya que pueden causar disturbios en el momento más inoportuno. Consulta el mapa de la colonia para encontrar los lugares estratégicos donde colocar a sus hombres. También pondrá patrullas móviles de tres soldados, que recorrerán la ruta prevista para la inspección. En las torres de vigilancia pone a dos hombres, en vez de uno. Los arqueros estarán todos juntos, cerca de la entrada, en estado de alerta por si viniera algún dragón. No puede decirse que el personal militar vaya a tener un día relajado.
En la cocina se quejan de la escasez de comida. El carro de suministros parece haberse retrasado, porque no ha llegado todavía. El oficial de guardia manda a dos jinetes para que exploren el camino. Un par de horas después, uno de ellos regresa, solicitando un carro nuevo, un carpintero y material de reparación. El vehículo tiene una rueda rota y hay que arreglarla.
Al escuchar la noticia, Mercurita se cuestiona una vez más, la presencia de las hadas allí, puesto que no les permiten usar la magia para solucionar los problemas. Teiran que está deseando buscarle las cosquillas, le responde.
—Las hadas somos muy profesionales y disciplinadas. Sabemos cuando tenemos que usar la varita y cuando, no ¡A ver si te enteras de una vez, novata!
—Vale, no te pongas así. Pero estando nosotras aquí ¿Para qué necesitan a los carpinteros y obreros?
—¿Acaso, pretendes que lo hagamos todo y arruinemos a los trabajadores? Nuestras normas nos impiden hacerles la competencia ¿Cuándo te vas a enterar, niñita?
—¡Vale, he comprendido!
—Pues no lo parece. Te quejas por todo y ayudas poco.
—¡Mentira! ¡Si yo estoy aquí, es precisamente para ayudar!
—Seguro que cuando viniste, creías que esto iba a ser como una excursión y que te lo pasarías en grande con Florenia. Dijo la alegre Teiran, al ver su irritada cara.
La hadita se fijó en un fino y afilado puñal que llevaba la delegada, colgando del cinturón.
—Oye ¿Para qué llevas eso?
—¿No lo sabes? Es un “Castratti”.
—Ni idea
—En Neuria se lo dan los padres a sus hijas cuando son adolescentes. Digamos, que los hombres se suelen poner muy pesados, a partir de la adolescencia. Nos lo entregan por si alguno se pone especialmente patoso, para poder defendernos de él. No sé, si me entiendes.
Mercurita, sonrió.
—Hay cosas que las niñas de mi edad no saben, y yo, sí. Para bien o para mal, mi ingrata madre me las enseñó. No he visto en Lamokia a ninguna mujer con un puñal como ese. Pero cuando yo sea adolescente, me buscaré uno.
En la colonia, pese a los patosos, se respiraba confianza. La incorporación de las jóvenes hadas voluntarias y los esfuerzos para rechazar al dragón, además de la inminente visita del noble Amaxo y su séquito, hizo que sus habitantes tomaran conciencia de que se les apreciaba más de lo que ellos creían. Mercurita se sentía muy feliz de su aportación al bienestar de la comunidad, a pesar de no haber podido cumplir con todos los objetivos de su visita a Neuria.


                                                         Capítulo 17: Los visitantes


El barón Amaxo pasa revista a la tropa. En el centro, un sargento de escuadra, reconocible por su pluma verde, placa de bronce en el cuello, y las tres rayas en la lanza. A su izquierda un soldado neurio, y el rubio, probablemente, sea un mercenario de Darania, cuyos ciudadanos están presentes en todos los ejércitos de Tierra Yrena

Poco tiempo después del mediodía del día siguiente, llegó un jinete a todo galope a la colonia. Fue a ver al capitán.
—Nuestro señor, el barón, necesita que llevéis un carro con tiendas de campaña y comida. Hay muchos rezagados y los va a esperar, para entrar todos juntos.
—De acuerdo ¿A qué distancia se encuentran?
—A unos siete u ocho kilómetros de aquí. Yo os guiaré.
—Muy bien. Ahora mismo, lo prepararemos.
El barón Amaxo, Raiso y algunas personas más, viajaban a caballo. La mayoría iban en burros o en mulas. Los soldados de caballería les daban el encuentro y les informaban de los planes de su anfitrión.
En el carro iba Mercurita, ya que era muy activa, pero pesaba poco. Con ella iba Teiran y otra hada más. Llevaban puestos sus uniformes, puesto que estarían en presencia del barón y otros nobles más. Entre las tres sacaron la comida y los cubiertos. Detrás del caballo de un soldado, viajaba una vieja ayudante de cocina, que sintió gran alivio al poner los pies en tierra.
—¡Ay! Menos mal, que ya llegamos. Nunca se me ha dado bien viajar a lomos de un caballo.
Los presentes se echaron a reír. Los soldados montaron dos enormes tiendas de campaña; una para los animales de carga, y la otra para el descanso de los invitados. El barón estaba sentado en la hierba, mientras jugaba a las cartas con Raiso y un oficial de su guardia. Estaban situados a una distancia de cuarenta metros de las tres hadas.
—Esa niña viste distinta a las otras hadas. Dijo el oficial, extrañado.
El barón llamó a uno de los soldados que venían de la colonia y le preguntó:
—¿De dónde ha salido esa chiquilla?
—Mi señor, ella es un hada que nació en Neuria pero estudia en Lamokia. Aprovechó éstas vacaciones para visitar a una amiga.
Al ver la colonia, pidió permiso para ayudar. Se llama, Sania Taimoin. Pero su nombre mágico es, Mercurita.
—¡Gracias! Puedes retirarte. Dijo el barón.
Los rezagados fueron apareciendo, poco a poco. La mayoría se encontraban cansados. Cuando la comida estuvo lista, el barón dijo a uno de sus ayudantes:
—Dile a los que vienen de la colonia, que se vayan a comer. Diles también, que nos vamos a quedar aquí, a descansar. Mañana por la mañana, iremos a hacer la visita. Está cayendo la tarde, y pronto se hará de noche.
El personal de la colonia se llevó una pequeña decepción, cuando les dijeron, que vendrían al amanecer. De todas maneras, en las torres de vigilancia, estaban en alerta por si sucedía algún suceso imprevisto.
Apenas oscureció, se puso a llover de nuevo.


Parece que está lloviendo


—Otra vez, la dichosa lluvia. Dijo Natasa con resignación.


¡A correr!


En el campamento de los visitantes fue peor. A muchos les cogió desprevenidos, tumbados en la hierba. Tuvieron que levantarse, precipitadamente. A Raiso le tocó la peor parte. Al ir al refugio tropezó y se cayó en un charco.
—¡Me he llenado de barro! Dijo con espanto.
—No pasa nada, pediré una toalla para vos.
—Gracias, barón. No os molestéis. Ahora, la pido yo.
Dadas las circunstancias, Amaxo ordenó que se montaran un par de tiendas más, ya que pasarían la noche allí. Una de las cuales estaba destinada a las mujeres de la comitiva, que no eran pocas.
En medio de la lluvia, los soldados las montaron lo mejor que pudieron. Poco después sirvieron la cena, tras la cual, pasaron a una de las cuatro tiendas, a jugar a las cartas, y echar un rato agradable. Los militares habían montado las suyas, aparte de las otras.
Tras jugar varias partidas, Raiso, aún envuelto en la toalla, se fue a acostar.
—Buenas noches, que durmáis bien. Le dijo el barón.
Un par de horas más tarde, se acostaron todos. Veinte minutos antes del toque de diana, un centinela despertó a Raiso.
—¿Qué sucede? Preguntó el barón.
—No es nada importante. Seguid, durmiendo.
Amaxo, con algo de desconfianza, exclamó:
—Y vos, Raiso ¿No deberías dormir, un rato más? El día va a ser muy largo y entretenido.
—Eh…Veréis, es que tengo un asunto pendiente que quiero solucionar, si a vos no os importa.
—¿Qué clase de asunto os aguarda a éstas horas?
—Mi ropa, señor. Mandé que la tuvieran toda la noche en un barreño de agua para que el barro no se endureciera. Ahora, si no os importa, la secaré en una fogata.
El barón se incorporó, exaltado.
—¿Toda la noche en agua? ¡Por Dios! Esperemos que sea de buena calidad o estará desteñida. El rojo es un color delicado.
No se equivocaba el barón en sus pronósticos. Si bien, el elegante chaleco podía pasar, no sucedía lo mismo con los leotardos. Habían perdido su intensidad de color, y ahora eran de color rosa. Raiso se echó las manos a la cabeza.
—¡Dios! ¿Por qué me haces esto? Pareceré un bufón.
Amaxo le dio una palmadita en el hombro.
—Raiso, la cosa no tiene arreglo. Pero no os preocupéis, porque estamos dispensados. Todos son conscientes de la lluvia tan intensa que ha caído.
—¡Mis leotardos! ¿Qué digo? ¡Mi honor! Todo, pasado por agua ¡Qué vergüenza!
Amaxo se dirigió a un soldado que estaba de guardia, y le dijo, señalando hacia una hoguera:
—Toma. Seca la ropa, con cuidado, de no quemarla.
Raiso estaba aturdido. El barón Amaxo insistió que no debía darle importancia al asunto.
—¡La culpa fue de esos! ¡Debieron, advertirme! Dijo, señalando a los soldados de guardia.
—No los culpéis, por favor. Ellos no son adivinos. Se limitaron a cumplir con vuestra orden.
Unos minutos después, regresó el soldado.
—La ropa ya está seca, mi señor.
—Gracias. Tomad, Raiso, ponéos el pantalón.
Pero el hijo del conde no estaba contento. Harto de escuchar sus protestas, el barón le dijo, con cortesía:
—Este incidente tiene menos importancia de lo que imagináis. Os ruego que pongáis buena cara, cuando entremos en el interior de la colonia.
Al amanecer, muy temprano, llegaron los soldados a la colonia. Avisaron al capitán, de que los visitantes se hallaban en camino. El oficial de guardia tocó el silbato y el personal se puso en fila. Al ver que Mercurita se había colocado en el rincón más escondido, Natasa la puso en un lugar visible.
—Ahí, quietecita. Que todos te vean.
No era la única persona a la que disgustaba el protagonismo en esos momentos. Raiso; al ser el hijo del conde, y por lo tanto su representante, tenía derecho a entrar primero. Pero éste se negó a ello.
—Barón, vos sois el anfitrión. Pasad.
Amaxo miró con reproche a Raiso, al que estimaba como a un pariente cercano.
—Pues, no. Primero, entráis vos. Y justo después, entraré yo. No olvidéis las normas de protocolo. Estáis aquí, representando a vuestro padre, el conde, cuyo cargo es superior al mío.
Un Raiso con el rostro forzando alegría, cruzó la puerta. Al ver sus pantalones, las hadas aguantaron la risita lo mejor que pudieron. En cambio, los indisciplinados trabajadores, si bien no se rieron en voz alta, no pudieron borrar sus alegres expresiones
Detrás de Raiso entraba el severo barón, que con su fría mirada parecía reprocharles su actitud. Al llegar al centro de la plaza, se colocó junto a un estrado, y pronunció un largo discurso, agradeciendo la ayuda de los trabajadores, voluntarios, colonos, las hadas del Barrizal…y del hada del Roble Dorado. Al decir eso, todos los ojos se posaron en la callada Mercurita, que quería que se la tragara la tierra.
Después, llamó a varios miembros del personal, para darles algún obsequio por su reconocimiento. El capitán, la cocinera, la directora e incluso Arakio, recibieron un colgante de bronce. Tras ellos, fueron llamadas Teiran y Mercurita, que recibieron una varita cada una, con una estrella de color azul, metalizado, en la punta. Se las reconocía como hadas de honor y se resaltaba su tesón, ayudando a los demás, así como su valentía al arriesgar sus vidas para salvar a la colonia del dragón que la atacó. También fueron condecorados y ascendidos los militares de la guarnición.
Tras el acto, el barón Raiso y algunos de sus acompañantes se reunieron con la directora, el capitán y los responsables del funcionamiento de la colonia. Se llegó a la conclusión de que fue buena idea haber admitido a las hadas jóvenes, pero se les echaba de menos una mayor profesionalidad en el trato con los problemas de los colonos. Debían ir mejor preparadas.
Los responsables tomaron nota de ello. También reclamaron la presencia de clérigos para dar paz espiritual a la colonia. El barón, que no los estimaba demasiado, frunció el ceño pero lo tuvo en cuenta.
De los 2.534 colonos había detenidos 120 revoltosos de Neuria y 75 loitinos. El barón los consideró inaceptables y ordenó que los loitinos fueran trasladados a punta de espada, hacia la frontera. Los neurios volverían de nuevo a la cárcel, donde recibirían cincuenta latigazos, antes de entrar, por no haber puesto voluntad suficiente en ayudar a la colonia. Los traslados deberían hacerse en el próximo relevo.
Se llegó a la conclusión de que era posible habitar una ciudad abandonada con presidiarios, siempre y cuando se cumplieran unas condiciones mínimas y recibieran un trato correcto.
Entretanto, Teiran se puso a buscarle las cosquillas a la pequeña Mercurita.
—Mira. Mi varita es más bonita que la tuya.
—La mía es mejor. Mira la estrellita. Brilla más.
—Bah, ya te gustaría cambiármela.
En ese momento, se acabó la reunión. Los delegados se fueron dispersando. A la salida se pusieron a mirar las instalaciones.
Cuando vieron a Raiso, las dos hadas se tuvieron que tapar la boca, volver la cara y aguantar la risa.
—¡Ay, Mercu! A ese le han timado. Seguro que esos leotardos le costaron un dineral.
—Sí, seguro que pertenecieron a un payaso jubilado de Martana ¡Ja, ja, ja!
De repente, una mano cayó sobre el hombro de Mercurita. Esta, al mirar, se llevó un buen susto. Era la directora. Es decir; Casia Danieli, la directora de la escuela del Roble Dorado.


Visita sorpresa de la directora del Roble Doradoa la colonia


—¡Mira, a quién tenemos aquí! Con razón me dijo Natasa, que estuviera atenta, porque podría llevarme una sorpresa. Dime, niña ¿Por qué no te quedaste en la escuela?
Muy asustada, Mercurita le explicó el motivo de su viaje, además de su decisión de colaborar con la colonia.
—Creí que lo sabías. La directora de El Barrizal te escribió una carta o dos, informándote.
—Pues no las he leído. No he estado en el colegio, desde finales de junio.
En ese momento, llegó Natasa.
—Casia, ya veo que conoces muy bien a ésta alumna tuya.
—Sí. Es una buena estudiante…y también muy traviesa.
Mercurita temía que Casia le pidiera regresar de inmediato a la escuela. Pese al agobio, le gustaba ayudar y se sentía útil. Aún, quedaba poco más de un mes para que fuera septiembre.
—Pórtate bien, y deja en buen lugar a tu escuela. Y ya lo sabes. En septiembre te quiero ver allí, clavada como una flecha.
—Claro que sí, Casia.
—Así, me gusta…Y a ver si aprendes de una vez, a hablarme de usted ¿Ha quedado claro?
—Eh…lo intentaré.
Teiran se partía de risa, mientras escuchaba la conversación.
—Verás la que te espera, Mercu. Cuando empieces las clases, te castigará. Creo que no le caes bien.
—¡Nada de eso! Si quisiera hacerlo, me habría pedido que me fuera, ya mismo.
—Es que no quiere quedar en mal lugar. Sería vista como una patosa. Pero cuando llegues a Lamokia, te enterarás de lo que es bueno ¡Ja, ja, ja!
Mercurita, irritada, le lanzó el hechizo “Pastel Volador” con la varita, que alcanzó de lleno a Terian.
—Quieres pelea ¿Eh? Toma, tú.
—Esta, lanzó a Mercurita el hechizo “Maquillaje multicolor” y dejó el rostro de la pequeña hada, lleno de múltiples manchas de colores.
—Gracias. Este, no lo sabía. Toma, otro.
Ambas hadas estuvieron un buen rato, lanzándose hechizos infantiles. Entonces, se les acercaron las dos directoras, que lanzaron el hechizo “Fuera”, anulando los conjuros.
—Veo que has hecho muy buenas amigas aquí. Dijo Casia, sonriendo con ironía.
En cambio, Natasa, estaba muy seria.
—Dejad de hacer bobadas, porque mañana vais a necesitar vuestra energía mágica y la estáis malgastando. Luego, no os quejéis, si os cansáis más pronto. También os recuerdo, que estáis aquí, para ayudar.
Al día siguiente, marcharon los delegados. Entre ellos, Casia. El barón permaneció en la colonia, dos días más con Raiso. Ambos inspeccionaron las conexiones de agua y la solidez de las casas construidas más recientes.
—¿Creéis que unos colonos sin formación, puedan llegar a ser buenos albañiles? Preguntó Raiso.
—Sí los ponemos a las órdenes de un buen capataz, sí.
—¿No ha sido necesario, ejecutar a ningún revoltoso?
—No, porque antes de tomar esa medida, tienen que consultarlo conmigo. Y por el momento, no lo he creído necesario.
Dos días después, llegó el noveno cumpleaños de Mercurita. Teiran se acordó, y se lo dijo a la cocinera, que le hizo un suculento pastel.
—¡Feliz cumpleaños! Le dijeron las hadas.
La niña les dio las gracias por haberse acordado. Además de la tarta, Arakio le regaló un colgante con una hermosa figurita tallada en madera.
—Toma. Para que te acuerdes de tus orígenes.
—Gracias, Arakio. Me gusta. Pero nunca me olvido de quién soy, ni de dónde vengo.
Casia escribió de inmediato a la escuela, contando lo sucedido en la colonia. Herdo era feliz. Fando estaba de vacaciones, en un pueblo situado a unos veinte kilómetros. Había dejado en su lugar a “Petro Mairo”, un tranquilo profesor de lengua de 7º curso que controlaba al portero mucho menos que Fando.


El alumnado está de vacaciones, y Herdo está más relajado


Herdo se sentía como en el paraíso. No tenía ninguna idea específica, acerca de cómo pasar las vacaciones. El tenía su casa, en el colegio. Rara vez se desplazaba más allá de los pueblos vecinos, excepto cuando iba a ver a su hermano y sus amigos. La diferencia principal entre el trabajo y las vacaciones, era que si estaba en su casa cuando lo necesitaban, se desentendía, absolutamente de todo.
Mercurita fue encargada de regar las flores. Ya no era necesario el laborioso trabajo de lanzar el hechizo “Germinar”, Ese que se usaba cuando las plantas se resistían a crecer o cuando las sembraban en un terreno poco adecuado. Ahora que estaban creciendo había que echarles agua. Ese fue su trabajo hasta finales de Agosto.


Casi nadie se fija en la presencia de la ancianita que acompaña a la directora del Roble Dorado. Es la reina, Denka, que viaja de incógnito. No dice nada, pero no le gusta ver a Mercurita allí, menos aún, haciendo travesuras, y vestida con el uniforme de hadas de Lamokia


Lo que ella, los habitantes de la colonia, y nadie sabía, excepto la directora de la escuela “El Roble Dorado”, Raiso y el propio barón, es que entre los visitantes se encontraba de incógnito la reina Denka de Lamokia. No le pasó desapercibido a la real señora, la presencia de la traviesa hada. Su visita a la colonia sería determinante en el futuro de la niña.


                                                   Capítulo 18: Llega septiembre



Ya falta poco para que empiecen las clases, y Mercurita tenga que regresar a su escuela

Faltaba poco para que el temido mes llegara. Mercurita se sentía triste. A Teiran le pasaba lo mismo.
—Ahora que empezaba a acostumbrarme a tus bromas, nos tendremos que separar. Qué dura es la vida.
Con lágrimas en los ojos, su amiga intentó consolarla.
—Bueno, no pasa nada. El año que viene, en vez de visitar a Florenia, me visitas a mí ¿De acuerdo?
—¡De acuerdo! Por cierto ¿Dónde vives?
—Soy una interna. No tengo padres. Murieron cuando yo era una niña, en la última guerra entre Neuria y Darania.
—Lo siento mucho. Oye, no había oído hablar de eso.
—Fue muy breve. Aprovechando que los loitinos saqueaban el sur, los daranios quisieron quitarle al barón algunas ciudades del norte de Neuria. Pero el conde de Varana acudió en nuestra ayuda, y fueron vencidos, rápidamente. Eso no evitó que en la ciudad donde vivía se desatara una epidemia y mis padres murieran por su causa.
—¡Qué mala suerte! Bueno, a ver si me animo, y cuando tenga doce años, me apunto en tu escuela.
—Pues anímate, pero ten en cuenta, que yo ya no estaré. Lo más seguro, es que esté ayudando en alguna colonia o aldea perdida. No te quepa duda, de que en El Barrizal sabrán donde estoy. Tengo muchas amigas allí, y estoy en contacto con ellas.
El tiempo pasó, volando. El mismo día uno de septiembre, llegaron varias barcas voladoras con las hadas elegidas para sustituirlas. La despedida fue emocionante. Mercurita se montó con sus compañeras. La directora Natasa regresaba también.
—¿Si te vas de la colonia, quién la dirigirá?
—El capitán. Ahora ha sido ascendido a gobernador.
—De haberlo sabido, le habríamos hecho un homenaje.
—Es muy modesto, Mercu. Por eso no lo ha dicho.
Cuando llegaron a la escuela de El Barrizal, descendieron de la barca, dejando a Mercurita, sola a bordo. Al bajarse sus ocupantes, el vehículo disminuyó de tamaño, adaptándose a su única pasajera.
—Si te cansas, bájate y vuela a tu ritmo. Procura no dormirte en un pueblo encantado. Hasta pronto.
—Adiós, Teiran. He estado encantada de conocerte. Lo mismo os digo a las demás.
La pequeña hada no sabía si alegrarse o ponerse triste. Fueron dos meses inolvidables. Se puso a contemplar el paisaje, para no volverse nostálgica. A su espalda estaba el río Cristal, y junto a éste, el río Profundo, que era el que marcaba el límite entre la zona civilizada y la región de los loitinos. Había aprendido mucho, mientras estuvo en la colonia.
La barca iba rápida, pero poco a poco, perdía velocidad. Un mal presagio se apoderó de ella. A ese ritmo no tendría más remedio que descansar en el pueblo encantado “Ribera Azul”. Por suerte era de día, pero tendría que esperar unas horas para recuperar su energía mágica.
Por mucha voluntad que pusiera, parecía inevitable tener que detenerse en ese siniestro lugar. Claro, que si la primera vez no le pasó nada grave, excepto algunos sustos, era de esperar que la segunda no le iría peor.
Al llegar a la altura del siniestro campanario, la barca iba muy lenta. Ya se disponía a bajar, cuando sintió una fuerza que impulsó el vehículo. Al mirar hacia abajo, vio a varias figuras, saludándola. La campana, tan siniestra unos meses antes, ésta vez tocaba, alegremente. Los monjes se despedían de ella. Mercurita, llena de alegría, les saludó. Parecía que ellos también se alegraban de verla. A esa velocidad no tardaría en llegar a Lamokia. Estaba oscureciendo, cuando llegó cerca de Takana. Como sentía ganas de curiosear y no quería cruzarse con las hadas que guardaban la entrada de la ciudad, se bajó de la barca, que como es natural, se disipó en el aire. Entonces se dio cuenta, de que tres monjes habían viajado con ella, sentados atrás. Estos, tras despedirse, volvieron volando a la ciudad encantada.


Sola en el bosque

Mercurita se encontraba sola, en el bosque. Temía cruzarse con la banda de Armio, el bandido con el que tuvo un desagradable encuentro, tres años antes. No volvió a ese lugar desde entonces.
Tampoco había visitado la casa donde nació, que era el principal motivo de su viaje. Tras caminar durante un rato, encontró la colina que creyó identificar como el refugio de la banda. Pero no había nadie. Si pensaban volver, habrían dejado a algún centinela, vigilando. Cerca de una de las cuevas cercanas le pareció ver algo.
Entonces, vio un árbol arañado, como si le hubieran dado un zarpazo. Eso quería decir, que un oso rondaba, cerca. Decidió alejarse del lugar. Buscando un sitio adecuado para dormir, vio un robusto árbol con una alargada rama. Era el lugar perfecto para dejar colgada su mochila y tumbarse.
El sitio era encantador. Encendió una pequeña tea, que colgó del árbol para tener luz en el bosque. Se sentó, y se puso a comer un bocadillo. Tras acabar con el primero, sacó el segundo. De pronto, tres pequeños ositos se acercaron a ella. Mercurita se levantó de inmediato, se colgó la mochila, y trepó al árbol. Los animalitos eran juguetones e inofensivos pero supuso que la madre estaría cerca, y estaba segura de que no era tan cordial como sus hijos.
Apenas se subió, vino la osa. Esta había olido a la pequeña hada y se puso a gruñir. Al ver la comida que había abandonado, apresuradamente, la compartió con los oseznos.
Desde el árbol, Mercurita los observaba. Se había quedado sin las provisiones pero pensó que valía la pena. Los pequeños osos hicieron gestos de querer subir al árbol. Su madre, mientras devoraba un gran trozo de pan, los vigilaba con desconfianza. Cuando no quedó nada que comer se marcharon a la cueva que había visto antes. Entonces, se puso la manta encima, para no pasar frío. Esperaba no caerse. La tea se apagó, dejando el bosque a oscuras.
Se reprochó a sí misma, no haberse alejado a la suficiente distancia de la guarida de los osos. El olor a comida los atrajo.
Al amanecer, ya tenía energía mágica suficiente, como para salir de ahí, volando.
Pero lo hizo con cautela para no tropezar con alguna rama.
Pronto llegó a las puertas de la ciudad. Una de las hadas de octavo curso, que estaba de guardia, le dijo a su compañera:
—Mira, ahí viene la gamberra loitina.
Pero Mercurita tenía buen oído y se enteró ¿Gamberra, ella?
Vamos, ni que fuera una delincuente. Al verla pasar con cara seria y sin saludarlas, se echaron a reír, al tiempo que le decían:
—¡Hasta pronto, engreída!


El alumnado femenino infantil no está en la escuela

Cuando llegó a la escuela, no había nadie. La puerta estaba cerrada. Pero a ella le daba igual. Podía seguir volando y aterrizar en el colegio. Pero consideró que era mejor, saltar la tapia. Eso le gustaba. Desde arriba, podía ver a lo lejos, a varias hadas mayores, arreglándose para salir de guardia. No había nadie más. Ni siquiera, Herdo.


Los servicios están cerrados

Entonces, sintió la necesidad de ir a los servicios. Descubrió que estaban cerrados con llave. Fue a la biblioteca pero estaba igualmente, cerrada, lo mismo que las clases. Al parecer, la profesora de guardia se había llevado a las internas de excursión a alguna parte. No tuvo más remedio que ir a la caseta de Herdo y pedirle que abriera. Estaba segura de que se encontraba allí, ya que se podía oír su fea voz, canturrear una canción.
Pero por mucho que se puso a golpear la puerta, no abrió. Llena de rabia, no tuvo más remedio que hacer sus necesidades junto a un árbol, cavar un hoyo y enterrarlas. No le costó ningún trabajo. Eso era muy habitual en la colonia, pero le irritaba la falta de colaboración del portero.


Mercurita cuenta su experiencia veraniega a un hada mayor

Cuando hubo acabado se acercó a Maya, una de las hadas mayores, para preguntarle donde estaban las internas.
—Han ido al campamento “Arroyo Dorado” y no tengo ni idea, de cuando regresarán. Pero las clases deben empezar, el día cinco de éste mes.
—¡Vaya! Si lo llego a saber, me hubiera quedado unos días más en El Barrizal.
—Lo siento, nenita. Si necesitas algo, ya sabes donde estamos. Si no tienes comida, ve al comedor de la sala de guardia, y come con nosotras. Hasta la vista.
Sin duda, iría a comer allí. Ellas no tenían muchas ganas de jugar, porque tras las guardias o el trabajo, solo se piensa en el descanso. Mercurita lo sabe muy bien. Dormir no era problema. Había camas de sobra en la habitación de las mayores. Aunque podía ofrecerse voluntaria a ayudarlas en sus tareas de vigilancia, sabía que no la iban a dejar, por ser una niña.
Cuando fue a columpiarse, pudo ver muchos carteles escritos con una horrible letra, prohibiendo a las niñas tirar cáscaras de pipas o ensuciar el suelo. Qué duda cabía, de que eso era obra de Herdo.
Mercurita, sonrió. El portero no se habría atrevido a hacer eso, mientras ella estuviera allí. Hacerlo, equivalía a atenerse a las consecuencias. También había que añadir, el rencor que le guardaba, por haberse desentendido de ella cuando llamó a su puerta. En pocos segundos, el letrero yacía roto en el suelo, en mil trozos. A los pocos metros vio otro ¿Qué le sucedía a las internas? ¿Es que no eran capaces de quitar esos molestos objetos que el portero holgazán había puesto para trabajar menos? Daba, igual ¡Fuera! Otro más, hecho pedazos. A Mercurita no le gustaban esos carteles. Para ella, era inevitable que el suelo se ensuciara. Pero para eso, estaba Herdo. No pocas veces lo había visto gritar a las alumnas, cuando tiraban un miserable papelito. Con ella sucedía lo mismo, pero le buscaba las cosquillas para ponerlo de mal humor. Y mira, qué cosas; acababa de encontrar una carretilla llena de basura que el portero acababa de dejar, despreocupadamente. Dadas las circunstancias, se esforzó como pudo, y tras varias paradas logró ponerla en la puerta de la casa de Herdo. Eso le serviría de lección por no haberla atendido.
Cuando llevaba un rato columpiándose, un hada llegó volando hasta ella. Era Amelia.
—Hola, Mercu ¿Vienes a comer?
—Vale, ahora voy.
Ambas emprendieron el vuelo hasta la sala de guardia. En un amplio comedor almorzaban las hadas junto a los soldados.
—Hola, pequeña picarona ¿Ya estás aquí? ¿Cómo te fueron las vacaciones? Dijo el oficial de guardia.
Mercurita les contó, muy emocionada, su experiencia. Las hadas se morían de envidia.
—Con la excusa de visitar a tu amiga, te quedase jugando con ella en la colonia. No digas que no. Dijo uno de los soldados en tono burlón.
—¿Crees que me iban a dejar jugar mucho tiempo? Hacían falta manos. Cuantas más, mejor. Lo malo es que me quedé sin amiga. Descubrí, que me criticaba por la espalda.
—¡Ah! La envidia es malísima. Menos mal, que conociste a más gente buena.
—Así es, Amelia. Por suerte, en un sitio lleno de voluntarios, nunca faltan amigos.
—Por cierto ¿Dónde se ha metido Maya? Pronto le tocará, entrar de guardia. Voy a buscarla.
—Espera, Amelia. Yo iré a por ella. Descansa.
Mercurita, tras terminar de comer, voló hacia la escuela en busca del hada. La única diferencia entre las que estaban de guardia y las que no, consistía en un ancho cinturón blanco, con una gran hebilla dorada. Al llegar, pudo verla junto a un grupito de niños. Maya se alegró de la visita de la pequeña hada.
—Menos mal, que has venido. Por algún error, unos padres han traído a sus hijos para dejarlos internos. Pero se han equivocado de día, y ante la incomodidad de estar yendo y viniendo, los han dejado aquí. Por favor, hazte cargo de ellos, que tengo guardia.
—Lo haré, encantada ¿Han comido ya?
—No. Aún no. He querido llevarlos a la sala de guardia para darles de comer. Pero les da miedo volar.
—No te preocupes. Yo los llevaré de paseo hasta allí. Dile al cocinero, que les guarde comida. Tardaremos un ratito ¿Vale?
—De acuerdo. Voy para allá. Gracias por tu ayuda.
Eran cuatro niñas y dos niños, de entre seis y ocho años.
—Bueno, nenes, mi nombre es Mercurita ¿Me decís los vuestros? Dijo Mercurita para ganarse su confianza.
Los chicos, al oír a la pequeña hada, empezaron a coger soltura. Una de las niñas que tenía ocho años, le explicó que venían de un pueblo cercano para estudiar las artes mágicas.
—Me llamo Hébora. Mi barrio está lleno de carteles que animan a los niños a servir a la reina, aprendiendo la magia. Nací en Neuria, como tú, pero hace poco, que vivo en Lamokia.
Eso le sonaba muy mal a Mercurita. Ahora empezaba a entender las enigmáticas palabras de Teiran. Al parecer, estaba mejor informada que ella. Todo apuntaba a que en Lamokia se estaba militarizando a las hadas y hados, cada vez más.
—¡Muy bien! A ver si salimos de aquí, hechos unos buenos alumnos. Yo os ayudaré, si me necesitáis.
—¡Claro que sí! Exclamaron con entusiasmo.
—Venga, vamos a dar un paseíto, para ir a comer.
A sus espaldas sonó una voz. Era Maya, otra vez.
—¡Espera! Tienes dos acompañantes más.
Los dos niños, al ver el grupito en camino, aceleraron el paso. Al cabo de un rato, vieron un carro procedente de la sala de guardia, que se dirigía a darles el encuentro.
—Vamos, subid. Tú ya has comido, pero quédate con ellos para que tengan cerca a alguien de confianza y no se pongan tristes. Dijo el conductor a Mercurita.
Ella aceptó de buena gana. Acababa de descubrir, que le gustaba cuidar a los niños.
En ese momento, Herdo sintió un intenso mal olor. Cuando quiso salir para ver lo que pasaba, notó que le habían bloqueado la puerta. Empujó con todas sus fuerzas para despejar el obstáculo que le impedía el paso. Tras lograrlo, se puso furioso. Había volcado el carro con la basura que dejó sin tirar. Esa clase de gamberradas no le eran desconocidas. Tenía fuertes sospechas de que Mercurita había regresado.


El enojado Herdo recoge la basura

Al ir al cuarto de las herramientas en busca de la escoba y del recogedor, pudo ver los carteles que colgó; tirados en el suelo, rotos. Eran la prueba más clara de que la traviesa niña estaba allí, campando por sus respetos. Pero las internas no habían vuelto. No había nadie y todo estaba cerrado. Así que se fue a buscar a las hadas mayores. Vio a dos de ellas, charlando. Eran las salientes de vigilancia.
—¿Quién de vosotras me ha tirado la basura y ha roto los carteles? Dijo Herdo, gritando como un energúmeno.
—Tranquilízate, que no hemos sido. Venimos de una guardia y no estamos para bromas.
—Vale, perdonad, pero es que estoy de mal humor. Por cierto ¿Sabéis si ha venido Mercurita?
—Sí. Está acompañando a unos niños, en la sala de guardia.
Ahora estaba todo claro para Herdo. En cuanto regresara, se liaría a guantazos con ella. Como tenía hambre, fue a la taberna más cercana para comer algo. A Herdo no le gustaba la comida de los militares.
A su regreso, pudo ver que la escuela estaba abierta, lo mismo que las habitaciones. Las internas habían regresado también y estaban jugando con las niñas. Imaginó que Mercurita no debía de estar lejos. Estuvo acertado en su suposición. La vio, observando sonriente un cartel, y estirando la mano para cogerlo.


Herdo regaña a la sorprendida Mercurita

—¡Deja, eso!
—¡Ah, eres tú! Pues, no. No lo voy a dejar. Dijo, mientras lo arrancaba.
—¡Dámelo, ahora mismo!
—No, señor. Esta letra es muy fea, y lo que pone es intolerable. Solo te falta prohibirnos que pisemos el suelo, para que no tengas que limpiar. Estás tan loco, como una cabra.
—¡Un poco de respeto, que podría ser tu padre! ¡Dámelo, de inmediato!
Mercurita rompió el papel y lo tiró al suelo.
—Ahí lo tienes. Todo tuyo.
Herdo salió detrás de la pequeña hada, que corría más. Entonces, Fando salió a su encuentro.
—¡Basta ya, Herdo!
—¡Esta niña malvada se dedica a romperme los carteles. Estoy seguro de que fue ella la que me puso la carretilla de la basura, delante de mi puerta!
—No es verdad. Eso, probablemente lo hizo el viento, que la empujó cuesta abajo. Dijo Mercurita, burlona.
—Usted no lo ha visto, ni yo, tampoco. Sin pruebas no hay delito. Pero no habría sucedido, si en vez de amontonar la basura, la hubiera tirado a su debido tiempo.
—Pero los carteles…
—Eso, sí ¡Muy mal hecho, Mercu! Pero piense, Herdo, que las alumnas acaban hartándose de las prohibiciones absurdas. Si yo fuera usted, no los pondría más. Y menos aún, con esa horrorosa y ofensiva letra.
El enfadado Herdo se fue. La traviesa niña lo miraba, burlona. Fando había venido a toda prisa, avisado por las hadas mayores. Por algún error estaban llegando los niños al colegio, antes de lo previsto. Luego, mandó avisar a la profesora de guardia, para que trajera a las internas lo más pronto posible.
La directora no tardó en presentarse. Esta fue avisada por un secretario de la reina Denka III. Al parecer, ésta debió sentir algún tipo de envidia cuando fue informada de la organización de la colonia. Tal vez por eso, ordenó que las clases comenzaran un poco antes de la fecha establecida.
Al ver a Mercurita, la directora la abrazó.
—Hola, niña. Creí que te quedarías en El Barrizal y nos íbamos a librar de ti. Dijo Casia, burlona.
—Yo pensé, que te ofenderías, al verme en la colonia.
—¿Por qué? Tú avisaste de que ibas a salir de la escuela, y eso quedó, reflejado en el diario. Estabas de vacaciones, y con su tiempo libre cada uno hace lo que quiere ¿No crees?
—Sí, claro, es cierto. Pero como algunas normas son tan rigurosas...Me pregunto cómo se tomó el barón mi visita.
—Se la tomó a bien. Estaba muy orgulloso de ti, aunque con su semblante serio, comprendo que no lo notaras. La reina Denka, que estaba de incógnito, no tan bien. Lamentó que no hubieras elegido una ciudad de su reino para servir. Te defendí, diciéndole que tus metas principales eran visitar tu casa y a tu amiga, y que la ayuda vino después, impulsada por tu corazón de hada.
—¿Qué aspecto tiene la reina?
—Tiene el pelo blanco, tan largo como el tuyo o más. Tiene unos sesenta años, aproximadamente.
Mercurita aprovechó, para preguntarle una duda que tenía.
—A ti te gusta la historia y el folclore ¿Verdad?
—Sí ¿Por qué lo dices?
—Entonces, tal vez conozcas la siniestra historia del pueblo “Ribera Azul”. Tuve un extraño incidente allí.
Tras escuchar el suceso, la directora meditó unos segundos.
—En ese pueblo había dos tipos de monjes. Los buenos y los malos. Pero lo más probable, es que los fantasmas fueran los buenos. De lo contrario, no te habrían ayudado.
—Sí, pero en el viaje de ida, me dieron un buen susto.
—Lo veo lógico. Ellos estaban rezando por las almas de los habitantes fallecidos y por las de sus malos compañeros. Se sintieron incómodos con tu visita. Te pidieron a su manera, que te marcharas. Lo hicieron, ruidosamente, pero sin hacerte daño. Si fueran malvados habría sido peor.
Mercurita mostró su desacuerdo en las precipitadas decisiones que se estaban tomando en la escuela.
—No me gustan éstas medidas de promoción. Parece como si se pretende militarizar a las hadas ¿Sabes algo de esto?
—Me limito a cumplir lo que nos mandan. En éste presente curso vendrán más hados de lo habitual. Normalmente, no aprueban más del 10 % de los que se presentan. Pero la reina desea que nos esforcemos para que al menos, apruebe el 25 % del alumnado masculino. Me pregunto si ésta decisión se debe a las últimas victorias que el Imperio del Norte está teniendo con las provincias rebeldes de Orian. Lamokia se separó de dicho imperio, hace por lo menos ochenta años, y ninguno de los sucesivos emperadores han renunciado a las provincias que se independizaron; entre ellas, Lamokia, pese a ser actualmente neutral.
—¿No había firmado la reina, un tratado de no agresión?
—Sí, pero solo era por quince años. Hace uno que terminó, y El Imperio no tiene prisa por renovarlo.
—¿En caso de guerra, pretende la reina defenderse mediante un ejército de hadas?
—Aún es pronto para confirmarlo, pero todos los caminos conducen a ese fin. No te creas, que si te vas a Neuria, te vas a librar. Como caiga Lamokia, cruzarán el río Negro y atacarán tu región con cualquier excusa. El emperador es un ambicioso.
En ese momento, Fando se puso a llamar al alumnado, para formar. Mercurita interrumpió su charla con la directora.
—Bueno, me marcho, que me están llamando. Esto se está llenando de “burritas” y Fando quiere que sea yo, la que las guíe. Hay que ver, como impone con sus gritos ¿Sabe una cosa, directora? A Fando, lo llamamos, “El Lobo Feroz” precisamente por eso.
La directora se tapó la boca, aguantando la risita
—Hasta luego.
—Vale, niña. Que te vaya bien.
Dicho esto, Mercurita se fue, sonriente, con sus compañeras.




                                                                     FIN

El contenido de este blog ha sido terminado, excepto alguna que otra corrección puntual, o ponga otra imagen. Si no cambio de opinión ;)